El colectivo de mayores infectados con
VIH es el 12% de nuevos casos.
"El sexo, el sida y el VIH son cosa de jóvenes". A este mito se
enfrentan a menudo los expertos de la sanidad que atienden a pacientes adultos
ya entrados en años que, al recibir el diagnóstico, deben afrontar una doble
mala noticia: la de la infección y, con frecuencia, también la de alguna otra
enfermedad asociada.
En 2009 (último
año del que existen datos del Ministerio de Sanidad), los mayores de 50 años
incrementaron las listas de los nuevos diagnósticos en un 12% (150 personas).
Aunque representan una minoría (el grueso de infectados está entre los 30 y los
39 años, con el 37,8% de los casos), son un colectivo de riesgo, ya que la
escasez de campañas de información dirigidas a ellos provoca, en ocasiones,
contagios imprevistos.
Muchos
practican sexo sin protección por no tener conciencia del riesgo
"Creen que
el VIH no va con ellos, que es cosa de jóvenes, y suelen enterarse cuando ya
tienen alguna patología añadida", explica Javier Barbero, psicólogo
especialista en pacientes con VIH del Hospital de La Paz de Madrid. En algunos
casos, se trata de "gente que mantiene relaciones extramatrimoniales no
protegidas por falta de conciencia del riesgo". En otros, "tienen la
idea de que, como son mayores y morirán pronto, no importa que se
contagien", alerta el experto.
Antonio
Moraleda, economista jubilado de 78 años con VIH, confirma esta teoría.
"El ser humano es tan absurdo que a muchos les gusta jugar a la ruleta
rusa", lamenta. "Otros no se dan cuenta de que esto es como un
accidente de tráfico: no hace falta que conduzcas muchas veces para
estrellarte, con una basta", sentencia. Jimmy (nombre ficticio), artista
infectado de 59 años, también cree que "es como una lotería. Algunos
tienen premio a la primera".
Barbero alerta
también del trauma de los que descubren su infección. "La carga
suele ser doble: tienen que dar explicaciones de su conducta clandestina y, si
lo ocultan, sufren la angustia de saber que quizá su pareja también esté
infectada", resume el doctor.
Prejuicios
Los prejuicios
de antaño, ligados habitualmente a la religiosidad, también "juegan en
contra de los infectados de esta generación", destaca Udiárraga García,
presidenta de la Coordinadora Estatal de VIH y sida, Cesida.
"Yo tuve
suerte porque mi familia me apoyó", cuenta Moraleda, que descubrió que
tenía sida en el 2001. Ahora, que ya sólo toma una pastilla al día, lleva una
vida "totalmente normal". "Convivo con mi hermana y sigo besando
a mis sobrinos con toda naturalidad", añade. Tampoco tuvo problemas con
sus vecinos del municipio madrileño de Torrelodones. "¡Y eso que mi visibilidad
fue instantánea!", bromea. De hecho, cuando se enteró de la infección,
sacó fuerzas para recuperarse de varias enfermedades asociadas y dedicarse a
dar charlas.
Moraleda
también asiste a reuniones con otros infectados con el fin de animarles para
que puedan sobrellevar la enfermedad. "Mucha gente se derrumba, tienen
problemas con sus parejas o con el trabajo y no se dan cuenta de que con VIH se
vive", asegura.
Jimmy, por su
parte, es de los que aún no se ha atrevido a contarlo. Tiene una postura
optimista con respecto a su enfermedad ("no pienso dejar que controle mi
vida", sentencia), pero trabaja dando clase a niños pequeños y sabe que
los prejuicios de sus padres podrían causarle problemas. "Lo más fuerte
que ha conseguido el VIH es meterle el miedo en el cuerpo a la gente",
lamenta. "Por mucho que vayamos de modernos, el VIH sigue siendo un
estigma", agrega.
Un estigma que,
como denuncian los expertos, sigue provocando graves discriminaciones. En las
residencias de mayores, por ejemplo, tener VIH es motivo para no poder acceder
a ellas.
Exclusión en residencias
"El
criterio de exclusión es tener una enfermedad infecto-contagiosa, ¡pero la
gripe es más contagiosa que el VIH!", exclama Barbero. "Además, el
VIH tiene unas vías de infección muy definidas que se pueden prevenir
fácilmente", añade. "El problema es que esa cláusula se ha convertido
en la excusa perfecta para evitar la reacción de otros residentes",
lamenta el psicólogo.
Aunque consigan
plaza, el trato que reciben los infectados en algunos centros de mayores no es,
en absoluto, saludable. "Algunos prefieren la muerte a convivir con gente
que no los quiere", asegura Federico Armenteros, presidente de la
Fundación 26 de Diciembre. Este colectivo de mayores LGTB (lesbianas, gays,
transexuales y bisexuales) está cerrando los trámites para construir una residencia
libre de discriminaciones, pero aún necesitan socios que colaboren con el
proyecto.
"¿Cuándo
se van a enterar de que no es contagioso?", se pregunta Jimmy. "Hay
que explicar mejor a la gente lo que es esto", añade. Por eso "hacen
falta campañas de sensibilización, para que la sociedad nos reconozca la
dignidad que nos merecemos como personas", solicita el artista. Barbero,
por su parte, va más allá: "La información por sí sola no cambia
conductas. Los poderes públicos deben exigir que se cumplan los derechos de
todos", exige el psicólogo. "La solución está en no financiar los
centros públicos que discriminen", propone.
En cuanto a las
campañas preventivas, todos están de acuerdo en que se centran demasiado en la
gente joven. "Se dirigen a un sector de la población, más que a las
conductas de riesgo por sí mismas", detalla Barbero. "Además, como se
niega como una realidad la sexualidad de los mayores, también se niega la
posibilidad de que se contagien por VIH", lamenta.
"Se piensa
que a los 50 no se practica sexo y, cuando aparece un mayor con VIH,
sorprende más", confirma Jimmy. "Parece que el sexo es sólo para
la juventud y cuando se trata de dar recursos, ellos tienen preferencia",
opina también Moraleda. "Es una falta de sentido económico por parte de la
Administración, porque una campaña de prevención cuesta menos dinero que el
tratamiento necesario para cada infectado", concluye el execonomista.